Albariño y olvidado.

Llevaba tiempo en el almacén, siempre que pasábamos a su lado nos miraba fijamente, para hacer notar su presencia, culpándonos de su abandono. Hoy no hemos podido soportar más su melancolía y aunque hace ya 5 años que se recogieron las uvas con las que se elaboró un vino joven, un vino que "tal vez" deberíamos de haber bebido aquel dichoso año de 2006, hoy hemos decidido darle una oportunidad dándole ese final que toda botella merece.

Ya no era un albariño joven pero mentiríamos al decir que cualquier tiempo pasado fue mejor. Con asombro descubrimos un vino maduro, redondo. Ese color amarillo verdoso, que lucia vigoroso aquel dichoso año de 2006, había dado paso a un amarillo dorado brillante, color como las canas que pintan de sabiduría las barbas de un filosofo.

Ya no estaban esos aromas cítricos y florales, que suponemos, haría gala hace ya 5 años, daba igual puesto que no los echábamos en falta gracias a los nuevos aromas que afloraban de nuestras copas, mucho más maduros, mucho más profundos.

En boca, la acidez había muerto, dejando paso a que nuestra boca se deleitara con sutiles notas dulces y sabores que no imaginábamos que pudieran embotellarse en una botella de albariño.

Así pues, enamorados de este anciano albariño, con pesar, le damos el último adiós en forma de sorbo, nos dirigimos hacia otra botella, joven esta vez, y alejándola hasta un oscuro rincón le damos el adiós hasta dentro de 5 años.